Si la piedra es de tamaño diminuto, no provocará olas de gran tamaño; en cambio, si la piedra es de gran tamaño, lo que se puede esperar son grandes olas.
Ahora, no todos los actos pueden compararse con piedras, ni todas las consecuencias con olas.
Un hombre puede pasar su vida realizando cosas espectaculares cuyas repercusiones pueden no llegar a compararse con la magnitud de los hechos; y, por otro lado, habrá hombres que realicen pequeños actos y que sus ecos trasciendan por generaciones.
Todo lo que hacemos o decimos tiene repercusiones a corto, mediano y/o largo plazo. ¿Cuáles serán? Realmente no lo sabemos… o mejor dicho: no lo queremos saber. ¿Por qué? Simple: tenemos miedo de lo que vaya a suceder.
Las cosas se van dando poco a poco, es en ese momento, cuando llega la primera ola, que comenzamos a ser un poco conscientes. Si lo primero que pasa es malo, el propio instinto nos dice que hay que detener todo el proceso; aunque detrás vengan cosas buenas. Por otro lado, si lo primero que sucede es algo bueno, vamos a seguir hasta que algo malo se presente.
A cualquier hombre le gusta e incluso disfruta, del aplauso, de ser premiado. Constantemente busca ser seguido, quiere ser líder. Se toma la vida como una gran competencia: ser el más homenajeado, el más celebrado; busca coleccionar premios que o avalen como el mejor.
Creo que no hay ni mejores ni peores, simplemente hay diferentes maneras para hacer las cosas.
Hay personas, claro, que no buscan los premios, que no buscan ser los mejores; éstas solo hacen lo que necesitan hacer para ser felices; cada quién tendrá sus motivos y harán lo que tienen o quieren hacer. Imagino un concurso donde se premie al elefante que mejor mueve las orejas; si existiera, ¿quién lo organizará? ¿La entrada será por invitación o se pagará algo? ¿Darán café y bocadillos al final?
Francisco Sánchez -- El Stan--
Quibole!, domingos 11 p.m.
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